Momentos

Freddy Rincón y el gol milagroso contra Alemania

Papá estaba de viaje cuando Freddy Rincón hizo aquel gol maravilloso. Yo estaba solo o eso recuerdo al menos, pero ya empezaba a ser independiente y no sé con quién nos quedamos de encontrar en Unicentro para la celebración que pintaba por todo lo alto: maizena y huevos y personas subidas en los semáforos. Le habíamos empatado a Alemania en un mundial de fútbol y pasábamos a la segunda ronda por primera vez en la historia del fútbol colombiano.

Papá estaba en Suecia y días después me contó que no pudo ver el gol pues en ese momento se había metido al baño. Quizás había perdido la esperanza con el gol de Pierre Littbarsky faltando solo un minuto o dos para que terminará el tiempo reglamentario. Creo que yo también había perdido la fe, pero estos muchachos eran increíbles y realmente merecían no sólo el empate en aquel partido inolvidable.

Yo recuerdo el gol de Freddy Rincón como uno de los momentos más felices en mi existencia. Sé que mi padre habría saltado y cantado y gritado a todo pulmón aquella sutil obra de arte. Una jugada de cancha a cancha, con el toque-toque espectacular que caracterizaba a la selección de Maturana. Tenía que tocarla el Pibe, claro, y ver con su genialidad un vacío imperceptible en la fuerte defensa alemana. Por allí entró Freddy como una exhalación del cielo, como un ángel envestido con la fuerza del trópico mágico en sus venas. Fueron segundos de suspenso, miedo y maravilla, pero al fin Rincón dirigió el balón por entre las piernas del imponente arquero Illgner y la pelota se encaminó al fondo de la red como un destino ineludible.

Como sea, no fue simplemente una pelota lo que entró allí, no fue un gol cualquiera. Aquello fue parte del milagro, la felicidad más alta y la confirmación de una reunión de talentos y dones que nos identificaban por aquellos años tan difíciles en Colombia. Una selección que nos llenaba de alegrías e ilusiones.

Me hubiera gustado estar con mi papá ese día, haberlo abrazado en aquel momento sublime. Pero aún en la distancia y hoy, tras muchos años de aquel suceso, sé que vivimos juntos ese corto instante de gloria: él en un baño del barrio Fisksätra en los suburbios de Estocolmo y yo en la calle 146 en nuestro apartamento del barrio Victoria Norte de Bogotá.

Sí, sí, Colombia. Sí, sí, Caribe.

Descanza en paz Freddy Rincón.

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Poesía

El paso de hierro de la historia

¿Quién escribirá hoy la historia de los vencedores y vencidos?

Pandemias repetidas de egoismo y poder

Allá, en el bajo fondo del mundo, estamos nosotros

Los olvidados

Los perdidos obreros de la vasta empresa humana

La muerte avanza en buques de guerra silenciosos

Pronto vendrán los estallidos, los misiles térmicos

El largo alcance de la destrucción

En un mundo convulsionado y debil por la enfermedad

Solo atacan los grandes depredadores

Se esconden detrás de los tratados, las convenciones, las negociaciones

Pero no es la paz lo que buscan con sus dientes sangrientos

Detonar el sueño de la vida una y otra vez

Cantar las canciones de la guerra en soledad

Recorriendo los estados-nación en ruinas

Donde todos son enemigos

¡Huye, huye!

Huye de los fantasmas de la guerra

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Reflexiones

Las guerras del mundo

La guerra, todas las guerras del mundo, me fuerzan a escribir estas letras urgentes.

Como escritor, somo ser humano, me parece imposible mantenerme indiferente ante el dolor y la destrucción de lo que somos. Un amasijo extraño de costumbres, creencias, ideologías y formas de actuar a veces casi incomprensibles. La complejidad elevada a su máxima potencia.

Nuestro planeta es pequeño y fragil y deberíamos cuidarlo.

Después de todo es nuestro único hogar y no se ve en el radio cercano un mejor lugar que éste para nuestra existencia. Sabemos hasta el cansancio que venimos creando un daño insostenible a la tierra y que esa debería ser la preocupación principal de la humanidad de cara a los años que vienen…

Pero claramente esa no es la prioridad en la agenda de los grandes estados; ellos, desde su tono patriarcal y la defensa anquilosada del territorio, se preocupan más por salvar sus fronteras, el más absurdo de todos los ideales y el que seguramente más muertos ha cobrado en nuestra historia reciente.

La destrucción en Ucrania avanza. Foto de Aljazeera.

Las nuevas guerras de comienzo de este siglo XXI solo nos dejan en claro una cosa: no hemos avanzado practicamente nada en 100 años.

Los odios y las tensiones de un pasado que se suponía había sido superado vuelven a emerger con inusitada fuerza. Se agitan banderas destructivas en múltiples lugares del planeta. Se emite la alerta máxima en las líneas de defensa y combate.

Tal vez estos sean los 100 años de soledad de los que hablaba García Márquez en su novela: 100 años de desentendimientos, 100 años de mentiras e hipocresías ante la opinión pública, 100 años de pequeñas guerras con miles de muertos en los países más débiles y vulnerables, 100 años de pactos que no se cumplen, 100 años de avanzadas y retrocesos en la búsqueda enloquecida y ciega del poder.

Bien decía Ignacio Ramonet en una lúcida columna suya reciente sobre la guerra Rusia vs Ucrania que siempre se llega a saber cómo comienza una guerra, pero nunca cómo termina. Y ese es precisamente el sentido de incertidumbre que este conflicto esparce en el mundo en este momento.

En pocos dias (una semana acaso desde que iniciaron los bombardeos en esta nueva fase del conflicto) algo ha sido visible en el planeta: la guerra y la violencia son más contagiosas que las peores enfermedades.

En un instante hemos visto ante nuestros ojos cómo las potencias se rearman, cómo hasta los países más pequeños e insignificantes alientan a sus ejércitos y mandan a sus hombres ingenuos a luchas sin sentido al otro lado del globo.

La guerra impone la lógica del terror en la humanidad. Foto de Aljazeera.

Lo cierto es que el mundo dista de ser el lugar pacífico que en las postales nos habían mostrado. Las guerras se multiplican por todas partes y en cada región los conflictos existentes hace décadas muestran su cara como diciendo «aquí estamos nosotros, también estamos listos para pelear».

Todo esto me recuerda las tensiones y luchas por el territorio que tenía en mi vida adolescente.

Por una parte, porque nunca se llega a la madurez, y por otra, porque nuestras escaramuzas se daban por cualquier motivo, a propósito de nada. Finalmente, supongo, lo que queríamos era mostrar nuestra torpe hombría, llamando la atención de las mujeres mediante la violencia y el uso de la fuerza.

Hoy Rusia y la Otan se muestran los dientes. Los grandes patriarcas se amenazan y quizá estén dispuestos incluso a caer en el barro de la desvergüenza y llevarse algunos buenos golpes de regreso a casa. Porque, pase lo que pase, en algún momento tendrán que retroceder todos y mandar de nuevo sus tropas al hogar. Y entonces, todo este orgullo, toda esta fiereza, será solo un recuerdo lleno de sangre.

«(…) siempre se llega a saber cómo comienza una guerra, pero nunca cómo termina.»

Tenemos asuntos urgentes por tratar en la humanidad, realmente importantes y centrales para nuestra supervivencia como especie. Dejemos ya de estar jugando este peligrosísimo juego de la autodestrucción y cambiemos radicalmente la mirada.

Cada día resulta más dificil seguir aguantando todo este problema que nos proponen las fronteras. Con algo de suerte, en este siglo caminaremos hacia un mundo donde los estados-nación se convertirán en formas obsoletas de organización social y tendremos que darle paso a otro tipo de ciudadanías globales, más libres e igualitarias para todos.

Porque no hay humanos de primera o de segunda clase y este planeta es de todos. De todos y de todas y de todes, si me lo permiten.

En la guerra son los pueblos quienes más pierden. Foto de Aljazeera.

Muchas cosas están cambiando. Y esas cosas pronto no tendrán cabida en la idea de mundo que triunfó hasta el siglo pasado. Nuestras necesidades son mayores y mucho más urgentes que una guerra trasnochada de naciones y fronteras.

¿Cuándo nos daremos cuenta de esto?

La verdadera guerra que deberíamos estar peleando es la guerra contra la contaminación y la basura. La guerra contra los plásticos que llenan nuestros mares de tóxicos y aniquilan especies a diestra y siniestra. La guerra contra el calentamiento de nuestra hermosa burbuja azul y verde y roja y de todos los colores. La guerra para respirar un aire limpio, por conservar el agua y la diversidad biológica.

Dejémonos ya de estos cuenticos de buenos y malos, de salvadores del mundo y malévolos líderes oscuros. Es hora ya de cambiar estas narrativas tan básicas y predecibles y concentrarnos en lo fundamental: nuestras propias guerras locales e internas, nuestros propios conflictos. La nueva idea de paz duradera que debemos crear para las generaciones venideras.

Solo así -quizás- nos terminemos salvando de nuestra propia humanidad.

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Prosa

Sobrevivir en las palabras

Mucho tiempo ha pasado. En el fondo sigo siendo el mismo. He escrito menos o he escrito de otras formas. Vivimos un momento de muchas transformaciones y la escritura misma se viene transformando también. Mucho trabajo en estos meses, años de ausencia. La supervivencia ante todo, algunas salvajes esperanzas.

Soy escritor desde hace muchos años y ese es el problema. De otra forma lo dejaría y ya, me dedicaría a otras cosas. La guitarra quizás, la bicicleta, bailar o ver el fútbol. El amor en todas sus formas. Pero soy escritor y debo hacer esto. Teclear estas palabras que también se lleva el viento.

Aquí con mi hermano Sebitas, yo soy el mas grandecito.

Todo empieza y termina en la poesía. La poesía es el más alto lenguaje de la vida. Pero en algún momento quiero hablar de otra forma, de otros temas, en otros tonos. Hablar sobre guerras y pandemias, por ejemplo. Un corazón remendado por el tiempo y las circunstancias. Seguir andando por la vida lleno de preguntas sin respuesta definitiva.

Las cosas han estado difíciles, no podremos negarlo.

Más de dos años de una terrible pandemia que puso a la humanidad en vilo y cambió nuestras formas de ser y estar en el mundo; y ahora, cuando parecía que la pandemia empezaba a alejarse de los días (estando más presente que nunca), empieza a asomarse lo que pareciera ser una nueva guerra mundial en el horizonte.

https://www.pulzo.com/mundo/rusia-amenaza-con-guerra-mundial-nuclear-devastadora-por-sanciones-ee-uu-PP1236878

Quizá este blog sea en el fondo un simple testimonio de lo que va pasando en el tiempo. La absurda carrera humana por el poder. Estallan misiles en los parlamentos y las grandes potencias mueven sus absurdas maquinarias de guerra dispuestas a la destrucción.

Soy un escritor desde niño, te decía. Aunque tenía mayores aspiraciones con todo esto de la escritura, ¿sabes? Pensaba en llegar muy lejos. Y lo hice. Lo hice. Llegué a mí mismo. Aquí estoy, habitándome, explorándome, avanzando en este extraño nuevo mundo con cierta cautela. Anhelando siempre la libertad.

¡Cuántas palabras! Debemos llenar los requerimientos del algoritmo. Escribir sobre Leandro Vinasco, escritor colombiano. Ha publicado pocas obras, de escasa circulación. Hace tiempo que no escribe. Vive en Tocancipá. Ahora hace videos (como todos). O intenta hacerlos. Son videos más bien flojos. Puede que sean mejores sus poesías. Sus escritos. Escribir es una especie de resistencia.

Han pasado muchas cosas. He amado intensamente. He vivido intensamente. Estuve enfermo, claro. Pero sobreviví y aquí estoy, maravillado. El mundo sigue en pie. A veces todo duele un poco, pero confío que con el tiempo pasará, con el tiempo todo mejorará, con el tiempo el mundo será un lugar más bello.

Aunque quizás esta sea una esperanza sin sentido.

Una esperanza perdida en las nuevas guerras del capitalismo delirante.

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Ensayo

Miedo epidemiológico: el show de la histeria colectiva y el pánico

“Creo que no nos quedamos ciegos. Creo que estamos ciegos.
Ciegos que ven. Ciegos que, viendo, no ven.”

José Saramago, Ensayo sobre la ceguera

Resulta difícil reflexionar con serenidad cuando el pánico se vuelve el lenguaje cotidiano. La salud siempre será la prioridad humana, pues sin la salud somos muy poco o nada. Sin duda, lo primero es cuidarnos y tomar las medidas que sean necesarias para garantizar nuestro bienestar; sin embargo, tampoco debemos caer en la exageración y el pánico como formas de habitar el mundo que tenemos.

El miedo es el principal elemento de control de las masas. El miedo nos hace dóciles, básicos, apela a nuestros instintos animales de supervivencia y bloquea nuestras capacidades superiores de análisis y raciocinio. En un mundo donde las informaciones (falsas y verdaderas) vuelan de forma contradictoria de un lugar a otro, ya no sabemos en quién confiar, en quién creer.

Todos parecieran querer contar la historia que más les conviene.

Desde finales de enero de 2020 empecé a seguir con interés la noticia de un virus surgido en China con capacidad mortal frente a los humanos. Escribía un nuevo libro con temas de ciencia ficción y poesía, y el tema del virus lo estaba tocando en mi texto desde tiempo atrás.

Vi con sorpresa y admiración como los chinos, en unos cuantos días, tomaron medidas extremas: aislaron a su población infectada, construyeron hospitales y trabajaron con enorme entrega por detener el esparcimiento del brote.

A la vez, algunos casos de contagio empezaron a suceder en países aledaños.

Todo esto me recordó un poco a la publicitada gripe AH1N1 surgida en el año 2009. Una noticia que empezaba a hacerse fuerte en el mundo generando pánico y zozobra. Una pandemia apocalíptica que aseguraba el fin de buena parte de la humanidad y que hoy más bien pocos recuerdan o temen.

El tema del nuevo virus continuó traspasando fronteras. Las radios europeas hablaban con profusión al respecto.

Al principio parecía ser otra de aquellas enfermedades temporales, una suerte de gripe estacionaria que quizás afectaría el mundo asiático y no llegaría demasiado lejos. No obstante, la inmensa maquinaria turística global, se encargó de exportar el virus a distintos puntos del globo terráqueo: la expansión fue inevitable y veloz, se declaró la pandemia llegando a los miles de muertos rápidamente.

De manera paralela, el pánico y la histeria colectiva también empezaron a expandirse por el mundo (quizás incluso más rápido que el mismo virus), los países declararon cuarentenas, las fronteras se cerraron, se detuvieron las economías, se cancelaron todos los eventos.

A la vez,  de manera «coincidencial» seguramente, estalló una guerra económica por el precio del petróleo: principal insumo para el movimiento de gran parte de la sociedad capitalista. Los precios cayeron vertiginosamente, las bolsas reportaron pérdidas históricas. ¿Habría también una guerra económica escondida bajo todo ese pánico y miedo que esparcían los noticieros y los gobiernos de manera incansable? Dejémoslo por ahora como una pregunta sugerida que quizá el tiempo nos pueda ayudar a responder.

En Colombia empezaron a reportarse los primeros casos: viajeros provenientes de países europeos donde el virus empezaba ya a hacer estragos. El gobierno nacional, fue negligente en la toma de decisiones más radicales para la contención de la emergencia sanitaria y económica que ya se veía venir en el horizonte. Las llegadas de vuelos y barcos internacionales se debió haber detenido a la inmediatez.

Se hicieron cosas ridículas como un show mediático para traer de China algunos colombianos residentes en el área de Wuhan donde comenzó el virus. Algún genio nacional dijo que prefería quedarse en China, donde seguro recibiría mejor atención médica que la que podrían darle las paupérrimas EPS colombianas. Aplausos para aquel buen hombre.

El impopular “presidente” Iván Duque, sumido en un grave escándalo por compra de votos para su elección, creyó que cerrando la frontera con Venezuela (país que no reportaba en aquel momento ni media decena de contagiados) recuperaría algo de su debilitada credibilidad. De allí en adelante empezó a salir todas las tardes a las 6 p.m. por la televisión nacional, como sus criticados homólogos del otrora terrorífico «castrochavismo». Populismo del primer orden.

El subpresidente, como le llaman comunmente, empezó a hablar de unión, quiso mostrarse como un hombre fuerte y decidido. Mientras tanto, personas infectadas provenientes de países como Italia y España seguían llegando al Aeropuerto El Dorado de Bogotá con escasos controles sanitarios.

Colombia empezó a escalar rápidamente a las decenas y centenas de casos. Hoy resulta ser uno de los países con una de las curvas de contagio más altas del mundo en esta nueva enfermedad (además de las pocas pruebas realizadas y la escasa credibilidad de las cifras presentadas). Reyes del maquillaje.

En lo personal, nunca he puesto en duda la alta peligrosidad del virus (principalmente en los adultos mayores y las personas con otro tipo de enfermedades preexistentes), sé que yo mismo debería cuidarme, pues he sufrido en mi vida de algunos problemas respiratorios por diversas circunstancias.

No obstante, de manera reciente, he escuchado a médicos y científicos hablar sobre el tema con mayor prudencia, y un mucho mejor manejo que el dado en los alarmistas medios masivos de comunicación.

Manuel Elkin Patarroyo, por ejemplo, inventor de la vacuna contra la malaria, criticaba hace poco el mal manejo que la Organización Mundial de la Salud dio al respecto y la exageración que los medios de comunicación han aportado para crear el estado de histeria colectiva y pánico que hoy vive parte del mundo.

Después de casi dos meses de aparición del brote, los muertos no superaban aún las 10.000 personas. Explicaba Patarroyo que la malaria afecta a más de 230 millones de personas al año, y que en un solo día fallecen en el mundo alrededor de 1.500 personas por dicha enfermedad, existente desde los más remotos orígenes de nuestra especie.

Ciertamente, ningún gobierno ni medio de comunicación ha salido a rasgarse las vestiduras por ello.

Y es que sin lugar a dudas, tenemos males mucho peores en nuestro globo: a diario mueren alrededor de 8.500 niños por desnutrición, 200 mujeres son asesinadas por casos de feminicidio; y sin querer ir tan lejos, las muertes por complicaciones asociadas a gripe común o estacionaria, suman alrededor de 650 mil personas a lo largo de un año promedio, según datos de la OMS.

Es cierto que debemos colaborar con las medidas sanitarias (estemos o no de acuerdo con ellas), es cierto que debemos prevenir y hacer desde nuestro círculo social lo posible por ayudarnos mutuamente en estos momentos de tanta zozobra e incertidumbre, pero de poco o nada servirá caer en el pánico que parecen querer vendernos los medios masivos de comunicación y los distintos gobiernos.

Eso sí, quiénes han apoyado la destrucción de la salud pública y la privatización de los hospitales haciendo de la medicina un pueril negocio, muy poco podrán quejarse de la actual crisis. Tarde que temprano vendrá la vacuna y muchos dólares volarán por los aires, eso démoslo por descontado.

Este confinamiento del mundo será, al menos, una etapa de reflexión. De cambio de hábitos. De conciencia planetaria. Es demasiado lo que tenemos por mejorar.

Sigamos creciendo en la solidaridad y el apoyo mutuo que el individualismo neoliberal ha cuestionado tanto en nuestras vidas. Volvamos incluso a una espiritualidad que nos ayude a sobrellevar con mayor paz y equilibrio los momentos de crisis. No dejemos que ese lenguaje del pánico inducido y la histeria colectiva ocupe nuestras vidas.

Como me decía hace poco un buen amigo cercano a la sabiduría indígena: finalmente, nadie se muere en la víspera.

Terminar nuestros días bajo la sombra de la nueva peste es poco probable en términos estadísticos (sólo un 2% al 3% de la totalidad de los infectados ha fallecido desde la aparición del brote).

Por lo tanto no sigamos alimentándonos del miedo en cada conversación. Dejemos de nombrar tanto esta enfermedad, como lo quieren los sabios del mundo Tayrona. Todo ese estrés y preocupación desmedida sí que afectan nuestra salud a nivel general en mayor medida.

Nuestro deber, es estar tranquilos, positivos, llenos de esperanza en la humanidad, en nuestros médicos, en nuestros científicos. Tener algo de lo que los filósofos llamaron “sentido común”, si es que aún nos quedan vestigios de ello.

Hoy sabemos que hay avances grandes en la detección genética de los nuevos virus y que ojalá más pronto que tarde «se descubrirá» la cura para éste virus.

Bien podría ser un negocio bien pensado de tiempo atrás, la oscura cortina de humo tras la cual el capitalismo más perverso ha querido encubrir su debilitamiento, su fragilidad, su crisis sistémica (recordemos la guerra económica que lleva Trump contra China desde que comenzó su mandato).

Por ahora, a quienes caminamos a pie por el mundo, quienes disfrutamos de un poema, un helado, un atardecer, el canto de un pájaro en la mañana, los deportes, la belleza, la lectura, la música, sólo nos queda esperar pacientemente las respuestas.

Comprar el papel higiénico necesario (la enfermedad no produce daños estomacales). No ver demasiados noticieros (o verlos pero no creerles tanto). Y seguir siendo felices, en la medida de lo posible, en un mundo tan caótico y convulsionado.

Esta crisis se superará como se han superado tantas otras. Como se superaron muchas enfermedades “incurables” en el pasado, como se superaron tantas guerras, recesiones y hambrunas en la historia de la humanidad. Pensemos en nuestros abuelos y los abuelos de sus abuelos. Pensemos en todos nuestros predecesores y su fuerza siempre para seguir adelante. Gracias a ellos hoy estamos en pie.

La capacidad de la vida para sobreponerse a las adversidades es muy grande. Confiemos en ella. Confiemos en nosotros mismos.

La vida triunfará (con o sin estos shows del capitalismo tardío), y nuestra múltiple y compleja sociedad humana seguirá su camino en el universo, con todo y sus terribles tropiezos y errores.

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